Un bebé que recibe afecto sincero desde que nace y es querido por su entorno podrá ser en su vida joven una persona con seguridad afectiva, lo que le permitirá afrontar con madurez la vida. Los padres, con su amor, le procuran al niño en su primera infancia la atención de sus necesidades y el calor afectivo, que le genera seguridad. La comunicación afectiva y el contacto físico fortalecen el vínculo emocional.

Durante los primeros años de vida es cuando tiene lugar el aprendizaje emocional. En esta fase de la infancia desempeña un papel fundamental el ambiente en el que se vive y las relaciones afectivas que se generan. Hasta los 6 años, más o menos, aprendemos el 80% que en toda nuestra vida y las destrezas emocionales que después aplicaremos duran-te nuestra vida adulta. El calor y el amor de la familia fomentan la autoestima. Y esa seguridad afectiva es la que sentará las bases para las relaciones saludables en el futuro, desarrollando habilidades sociales y emocionales.

Al abrazar liberamos serotonina, que es un neurotransmisor, conocido como «hormona de la felicidad». No hay que escatimar el abrazo, porque nunca va a ser demasiado.