Es uno de los principales problemas de todos los padres. Y al respecto, existe una fantasía de perfección, a la cual debemos renunciar. La aventura de criar y disciplinar se puede entender como una especie de danza de humanos que portan todas sus imperfecciones. De un lado, los padres con su propia historia infantil, y de otro, los niños y jóvenes con su personalidad, sus ritmos y su fuerza interna.

La crianza y la disciplina son una gran oportunidad para entender que nuestros hijos tienen una individualidad aparte de la nuestra, que tienen derecho a fallar, que nosotros también fallamos y que podremos levantarnos las veces que haga falta. Los hijos, si lo permitimos, nos vienen a enseñar tanto o más de lo que nosotros podemos enseñarles a ellos.

Entre los educadores, existe un razonable consenso en señalar que la disciplina con mayor posibilidad de éxito en su misión de educar es coherente y predecible, y de este modo se ofrece un marco de actuación al niño, un espacio seguro de actuación; lógica, con manejo de consecuencias lógicas, por ejemplo, que nuestra reacción sea siempre proporcional al acto; y califica al acto y no al niño, mostrando siempre afecto incondicional.