Dos grandes amigos se encuentran, por casualidad, después de mucho tiempo. Se miran, se abrazan y se sientan en una terraza para ponerse al día. Pedro dice a Pablo que le da gusto verle, pero que en la vida todo le iba mal: su empresa le debía un sueldo atrasado; no se entendía con su mujer y discutían continuamente; estaba sin dinero; estaba harto de médicos por unos dolores que no sabía de dónde venían; llevaba una racha malísima y estaba desesperado. Su vida era un desastre y él se sentía cada día peor.

Pablo le miró a los ojos, sacó un billete de 100 euros de la cartera. Le preguntó si se quedaría con esos 100 euros, y Pedro le respondió que por supuesto, que para él era una pasta.

Arrugó el billete e hizo una bola con él, le volvió a preguntar si lo quería y él le respondió que por supuesto. Estaba arrugado, pero aún valía 100 euros. Por último, lo tiró al suelo y lo pisoteó. Quedó pringado de porquería y se lo volvió a ofrecer. Pedro seguía interesado en él. Seguían siendo 100 euros.

Entonces Pablo le dijo: no importa lo machacado, sucio y arrastrado que estés en un momento dado; lo importante es que seas capaz de reconocer tu verdadero valor.