¿Cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones antes de observar mejor?

¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?

¿Cuántas veces hemos sabido con certeza que algo era de una forma para después descubrir que lo que creíamos que era verdad… no lo era?

Cuántas veces la desconfianza instigada en nosotros hace que juzguemos injustamente a otras personas con prejuicios, muchas veces alejados de la realidad.

No está de más leer este cuento de JORGE BUCAY.

El paquete de galletas

• Una mujer estaba en el aeropuerto y compró un libro y un paquete de galletas para pasar el tiempo. Buscó asiento y se sentó a esperar su vuelo. Estaba absorta leyendo su libro cuando de repente notó que el joven que se había sentado a su lado estiraba la mano, agarraba despreocupadamente del paquete de galletas que estaba entre ellos y comenzaba a comer, una a una. Evitando una escena, trató de ignorarlo. Pero, un poco molesta, ella comía las galletas y miraba el reloj. Mientras el joven ladrón casi se las estaba acabando. La señora pensaba: si no fuese tan buena y educada, ya le hubiera dicho algo a este atrevido.

• Cada vez que ella comía una galleta, él también comía otra. El diálogo de sus miradas continuaba cuando solo quedaba una y se preguntaban quién las acabaría. Con suavidad y con una sonrisa nerviosa, el joven alargó la mano, tomó la última galleta, la partió en dos y le ofreció la mitad a la señora mientras él se comía la otra mitad.

• Ella tomó la media galleta bruscamente, mientras pensaba: ¡Qué insolente! ¿Qué maleducado! ¿Ni siquiera me ha dado las gracias! Nunca había conocido a nadie tan caradura.

• Se puso a resoplar de rabia. Cerró su libro y sus cosas y se dirigió al sector del embarque para subir al avión.

• Cuando se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso y para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletas... intacto, cerrado.

• ¡Sintió tanta vergüenza! Pensó muy avergonzada: si mis galletas están aquí, las otras eran las suyas, y las ha compartido conmigo.

• Sólo entonces se dio cuenta de lo equivocada que estaba. ¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas dentro de su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso o alterado.

• La chica ya no estaba a tiempo ni tenía posibilidades para dar explicaciones o pedir disculpas. Ella había sido la insolente, la maleducada, la ladrona y no lo sabía.

POR ESO, CONVIENE QUE PENSEMOS MUY BIEN ANTES DE JUZGAR A OTROS, MEJOR CONCEDER SIEMPRE EL BENEFICIO DE LA DUDA, ANTES DE PENSAR MAL DE LAS OTRAS PERSONAS.