La tecnología está modificando nuestra forma de relacionarnos. A pesar de que hoy tenemos más herramientas para comunicarnos, las relaciones personales se van reduciendo a escasos contactos presenciales. Paradójicamente, la conectividad nos está aislando. Conocemos los problemas de los otros, pero no reaccionamos; la indiferencia crece como una barrera silenciosa, invisible e insalvable.

La indiferencia aumenta con respecto a los refugiados que llegan. El «otro» es un desafío: la sociedad corre el riesgo de quedar paralizada por el temor al diferente. El miedo imposibilita ver en cada refugiado a un ser humano; nos impide vernos a nosotros mismos en ellos, sentir el abandono como ellos, vernos reflejados en ellos para comprender. Dejar de ser <<otro>>> para ser nosotros.

Una sociedad que mira con desdén y hasta con rechazo la llegada de «otros>> es una sociedad sin valores. En su seno es fácil que prendan los mensajes del miedo, y está a merced de los vientos del racismo y la xenofobia. Es una sociedad que languidece, que espera fijar la fecha de su defunción. La indiferencia mata, a la vez que nos mata.