Otra duda que te habrá asaltado más de una vez, sobre todo si el autobús de tu vida hace la ruta del fracaso escolar, es si vales o no vales para estudiar.

Porque muchas veces también te habrán ventilado las orejas con el abanico del:

¡Es que tú no vales para estudiar!

¡Lo tuyo no tiene remedio!

Mejor te dedicas a otra cosa, ¿vale?

Y de tanto oírlo a los demás, es fácil que hasta te lo hayas creído.

Mira, no vamos a negar que no todos valen para todo. Puede que no seas el pitagorín o la pitagorina de los quebrados, y entonces es un poco temerario pensar en un futuro de saltos de trampolín en el circo de los números. O al revés, no te ves especialmente ágil en el mundo de las relaciones públicas y tampoco es sensato soñar que te van a encargar la cartera de Asuntos Exteriores. La naturaleza pone la alambrada de las limitaciones humanas a nuestra finca particular.

Con eso hay que contar, pero sólo para las grandes empresas de estudios superiores. Los estudios elementales y medios son algo más sencillo, una carrera de obstáculos con las vallas accesibles. Con un poco de entrenamiento y la agilidad suficiente para levantarse rapidito en caso de caída, se consigue llegar al final.

Pues claro que vales, borra las nubes negras de la duda.

Es importante que te pongas el termómetro del optimismo en la axila del estudio. ¿Cuántos grados marca? ¿Muy poquitos? ¿A ver si resulta que el problema de si valgo o no valgo para estudiar es más serio, y a lo que no encuentras respuesta es a si valgo o no valgo para vivir?

Evidente, todo está relacionado. Y a veces el problema de no tener ganas de estudiar esconde el de no tener ganas de vivir, de disfrutar, de pasarlo bien, de tener amigos, de jugar... Vamos, que tienes unas pilas con muy poca energía y encima no son recargables.

La causa puede ser una enfermedad física o psicológica, y entonces deberás recurrir a los especialistas para que te ayuden. También pudiera suceder que fuese una reacción lógica a la experiencia de intentarlo una y otra vez y no obtener más que broncas, controles chungos y pésimas notas; tanto fracaso te llevan a concluir: «Yo no valgo».

Si es así, es fácil que estés en el mismo error que el chico a quien regalan una bicicleta y, por su cuenta, intenta pedalear, mantener el equilibrio y avanzar inmediatamente. Cómo no lo consigue, concluye: «Yo no valgo para ciclista» o «A mí no me gusta la bici».

Un poco precipitadas las conclusiones, ¿no te parece?

Seguramente que si un adulto le ayuda e indica cómo ha de hacer, poco a poco, paso a paso y, a pesar de los golpes y caídas, acabará corriendo con agilidad en no demasiado tiempo y disfrutará de la bici con seguridad y alegría.

En el estudio ocurre lo mismo. Examina a ver si el «Yo no valgo» es una falsa conclusión o una disculpa para no intentarlo. Porque también suele ocurrir que nos mola un montón que venga a visitarnos la tía pereza y que traiga con ella a nuestras primas la vagancia, la comodidad y la desgana. Y entonces el «Yo no valgo» sólo se cura con varias infusiones diarias de voluntad.

Conclusión: no te fíes ni de ti, porque te puedes estar engañando. Tómate el pulso, auscúltate bien y, con sinceridad, describe lo que te pasa, piensa los posibles males que te afectan y prescríbete el remedio pertinente.

FUENTE: LIBRO TÉCNICAS DE ESTUDIO PARA ADOLESCENTES DE ANTONIO GONZÁLEZ